:: Amorazul y llamas en el hogar ::

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Ventana.
Nieve, ajena al tiempo, desacelerada, casi tímida, cayendo.
La intemperie quemaba con sus grises matices.
Bicicletas deslizándose sobre el barro congelado.
Brisa cortante, siempre constante.

La barba incolora raspaba la mano cristalina que recorría el contorno de aquel rostro pausado.
La madera húmeda mordía aquellas notas que nacían del viejo acordeón de Philippe, todas ellas gastadas, pero cómodas, el calor de la chimenea era intenso.
El sillón se hamacaba, a una velocidad moderada, constante.

Ventana.
Copos de nieve pegándose al vidrio desnudo.

La luz de las velas y el fogón caramelizaban todas aquellas superficies porosas, el olor a miel calmaba la sed de los ocupantes.
Era la quietud de lo habitual, aquello que penetraba la lentitud del pasar.
Los labios de Michelle ya no cantaban los arabescos sonidos del arte invisible.

Dos suspiros en un suspiro.

El acordeón respiró cansado. Cesaron sus palabras. El cuero agrietado era perfecto.

Un leño naranja escupió algunas chispas.

Destellos dorados sintieron el aire atravesar su ser.

Viajaban. Libres.

Ventana.
Copos estrellados al palpar el letargo del sueño. En demasía.
Canes ladrando sordamente la promesa de una lengua de incandescencia imponente.
Aullidos apenas lánguidos.

Los amorosos destellos aterrizaban, casi como un beso intangible, sobre la arropada lana que soñaba con ser una bufanda, y cubrir el sutil cuello de Michelle.

Disputa de gotas en el fregadero.

Dos miradas en una mirada.

El reloj se había detenido para ellos, cuando los escenarios donde vivían se desintegraron en pedazos tan pequeños que no pudieron reunir.

El fogón había dejado salir a jugar a sus hijos, que muy veloces, como niños pequeños que no dejaban de imaginar, acapararon todo el ambiente con un aroma cándido.

El cuero agrietado del acordeón se expandía, enseñando que aún, le quedaba aliento para una última romanza.

Una lengua azorada mojó los labios, que temblaban. ¿Podrían oficiar como en los grandes salones dorados?

Mientras las notas y la desabrigada voz se tocaban, y encontraban una vez más, los infantes los invitaban a jugar.

Ventana.
Los copos, acostumbrados a la pasividad, cambiaron el vestuario y rápidamente actuaron de gotas de agua pura, bajando sobre aquel vidrio candente.
Cerraron los ojos y sólo sintieron la pureza de aquella hermosa armonía
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Dos pasiones en una pasión.


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